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LA MADUREZ EN LA MUJER
Esther Morales – Psicóloga Clínica y Educacional
Nuestra vida ocurre dentro de un tiempo cronológico determinado, en que vamos pasando por diferentes etapas, que tienen características similares para nuestro género y con variadas diferencias individuales, de acuerdo a cada persona.
La mujer adulta va logrando progresivamente cumplir metas tanto sociales, como personales, en cuanto a temas como trabajo, relación de pareja estable, hijos, adquisición de bienes, como casa, auto, etc, y en ese devenir, aprende a conocer sus características personales tanto positivas como negativas, va progresivamente adquiriendo mayores responsabilidades, va consolidando algunos importantes roles, como son ser esposa , madre y trabajadora o profesional, adquiriendo una experiencia, muchas veces por ensayo error, imitación o repetición, que le permite definirse y manifestarse como persona, de una manera más integral.
La cultura en que esa mujer está inserta, determina sus tareas y prioridades, en nuestra sociedad moderna y muy especialmente en las grandes ciudades, la mujer joven entre los 20 y 30 años y paradójicamente, mientras su tema físico pasa por un tiempo de plenitud, se ve exigida por una multiplicidad de roles, en cuanto a estudios superiores, trabajo, pareja, labores de crianza, etc que muchas veces la agobian, y no le dejan tiempo para sí misma.
Entre los 30 y 40 años la mujer tiende a lograr una estabilidad sentimental, profesional, económica y social y acercándose a los 40 empiezan a parecer algunas señales en el cuerpo, como aumento de peso, algunas arrugas, la piel ya no es tan tersa, el pelo se encanece y hay una disminución de la energía disponible. La pérdida progresiva de la lozanía juvenil, comienza a preocupar a muchas mujeres, puesto que a diferencia de lo que ocurre con los hombres, la belleza femenina, está sobrevalorada en nuestra sociedad, existe una enorme preocupación por el aspecto físico, que las lleva a incurrir en gastos en ropa, zapatos, cremas, maquillaje, peluquería, cirugías, etc, dejando de priorizar lo esencial, que es : su consolidación como mujer, una buena autoestima, salud física y mental, mayor desarrollo cognitivo, aumento de autonomía, definición a nivel valórico, espiritual, sentido de vida, etc.
Entre los 40 y 50 años, alcanzamos la madurez plena, sabemos quienes somos y adonde queremos llegar, los hijos crecen y ya no nos necesitan como antes, la menopausia nos permite vivir nuestra sexualidad más libremente, algunas mujeres ya están separadas o en una nueva relación, pero por sobre todo sabemos perfectamente, que nos gusta y nos hace felices y qué nos produce disgusto o placer, hemos aprendido a disfrutar más lo que tenemos, nuestra vida espiritual ha ido creciendo y puesto que ya hemos perdido a algunos seres queridos, vamos ubicando a la muerte como un proceso natural, que vemos más cerca, pero sin el miedo de antes.
Después de los 50 años y mientras envejece nuestro cuerpo, disfrutamos de la madurez, nuestro espíritu se fortalece, la soledad y la compañía, el trabajo y el descanso, son igualmente valorados, lo pasamos bien en una fiesta, pero incluso mejor, escuchando nuestra música favorita, leyendo un buen libro, calientitas en nuestra cama. Ya no importa si estamos más gorditas, si nuestra cintura se quedó en el pasado, si ninguna crema por más cara que sea nos quita las arrugas y aprendemos a verlas como las huellas de lo vivido, en nuestro rostro.
A esa edad muchas ya somos abuelas y conocemos ese amor incondicional y sin responsabilidades, que sentimos por nuestros nietos, ellos nos rejuvenecen, nos enseñan a ser más lúdicas, con menos ataduras y prejuicios, sentimos la continuidad de nuestra familia, como algo que otorga sentido a todo lo vivido.
Finalmente y en el ocaso de nuestra vida, (que cada vez está más distante, de acuerdo al aumento de la longevidad), debemos prepararnos para aceptar que nuestro tiempo se acaba en esta tierra, pero que como nuestra alma es inmortal, lleva incorporados todos los aprendizajes de lo vivido, ha evolucionado en conciencia y sabe que después del último aliento, su alma ascenderá a planos superiores, donde reina la luz, la paz y el amor.